miércoles, 26 de diciembre de 2007

el bueno, el malo y la linda

“Che, hoy festejo mi cumpleaños, venite a casa después de laburar... a, viene Luli...” Decidido: Hoy voy al cumpleaños de José.
Llego a ese ínfimo dos ambientes es un oscuro barrio porteño, reflexionando que en el ABL que pagaban bimestre a bimestre los vecinos, existían por lo menos dos mentiras. Habrían unas siete personas en el living, entre ellas un par de amigos suyos además del cumplañero. Luli no había llegado, por lo que se puso a arar el terreno. Se habían conocido en el verano, una noche muy particular, pero si bien hubo mucha química, no llegaron a nada. Después mucho msn, mansajitos y alguna que otra llamada, pero este debería ser el último capitulo de “Antes de nuestro primer beso”.
Entró Luli, y en la auditoría a la gente supo encontrar el rostro detrás de los mensajes, chat y llamadas y no pudo menos que sonreír y sostener el eye-contact unos segundos. Él... tranquilo y sigiloso, siguiendo el bosquejo de su plan. Lo que no entraba dentro de ese plan era la aparición de un villano, el Gordo Luis, que aún sabiendo de antemano el interés de su amigo por esa dama, sacó sus humildes plumas, y no dudó en incinerar las de su “amigo” para lograr más luminosidad en las propias. Maquiavello feliz. Ella soportó los embates del Gordo Luis como un rompeolas en una sudestada, mientras todos los que estaban al tanto de la historia previa no paraban de lanzarle dardos visuales, a los que el poco ético sujeto no hacía el menor caso. Pero la paciencia es una virtud, con la partida de los demás invitados se iban desalojando los lugares. Luli quedó ubicada solita en un sillón para dos, y el Gordo Luís arremetió raudo, aunque sin hacerle demasiado caso a los indicadores naturales. El bueno se fue al baño, expelió un poco de orina y se acomodó en el suelo, en frente a la chica, y empezó a soltarse. En cuanto el villano respondió al llamado de la Madre Naturaleza, ocupó el lugar que nunca debió pertenecer a nadie más; en el pedestal junto a ella. Era el centro de atención, pero el malvado tenía una daga escondía, que lanzó cuando su amigo hizo un acertado, sagaz, gracioso y justo comentario sobre algo... quiso hundirlo con un “uuuuuuu, vos siempre con ese chiste” (mentira) pero sólo recibió la mirada despectiva de la bella dama. Ya perdido por perdido trató de agarrarse de cualquier tronco que flotara por allí, y hasta hizo un ademán de acompañarla hasta la casa, ya que su amigo vivía relativamente lejos. Sus misiles no encontraban más que agua, y muy fría. El bueno se ofreció a acompañar a la linda, y así fue.
En la puerta: “querés tomar un café”. Y subió y hablaron mucho, se rieron y tomaron café; pero el sabía que tenía la situación controlada, y lo disfrutó. No intentó nada, ni siquiera ese preciado primer beso, cuando ella lo acompaño hasta la puerta y mirándolo a los ojos de frente no torció ni un grado su escultural rostro para saludarlo, obligándolo a tomar una curva peligrosa para poder acariciar su mejilla con un beso.
Volvía caminando, ya cuestionándose un poco hasta que su teléfono le avisó que ella quería decirle algo.
Textual: Gracias x acompañarme a ksa, sos divino. T mando un bso grande. Mañana hablamos, dale?Le contestó y siguió su rumbo. Dundee.

miércoles, 19 de diciembre de 2007

el ABC de una noche

A, B y C estaban sentados en la mesa de un cafetín frente a la plaza de una típica ciudad del interior. Eran casi las 7 de la mañana del Domingo. C leía el diario, y además charlaba con A y B por sobre el bullicio del recinto.
Algunas horas antes... A se había quedado sola en su casa de una mediana ciudad e invitó a B, su amiga a pasar el finde. El sábado a la noche por el cuerpo y alma de ellas se abarrotaban las burbujas. En el momento de subirse al auto y pasar el contenido de las copas a humildes vasos de plástico, las risas y el desenfreno hacía pensar, para quien lo viese desde afuera, que esta noche podía ser especial. Fueron al típico bar, y estuvieron allí un buen rato antes de que A sintiera la obligación de ir al típico boliche a encontrarse con A oficial, su novio. Lo que también sabía A es que en ese lugar estaba A´, un chico más joven que ella que le andaba revoloteando, y a quien B le había dado el dinero para los peajes de la ruta hacia el corazón de su amiga. Entonces A andaba de la mano, con cara de que-feliz-que-soy-y-no-tengo-nada-que-ocultarle-a-nadie, con A oficial. No hubo escándalo porque A´ estaba totalmente al tanto de la situación afectiva de A, cosa que lo entusiasmaba aún más. Cuando salieron del boliche y bar respectivamente, A y B se encontraron, y le propusieron a A oficial y a sus amigos ir a tomar el desayuno. Tan romántico como un vikingo, este le dijo que tenía sueño y que si lo podían llevar a su casa. Error. Depositaron el paquete. En el camino, se encontraron con D y E. D era un chico que estaba a gamba y se había ofrecido a acompañar a E, una chica bastante linda, a su casa, previendo que podría bombardearla durante todo el camino para conquistar su corazón, o su lástima, lo que cediera primero. B, que era la dueña del auto se compadeció de E, y les ofreció acercarlos a algún lado. Para la enorme sorpresa de A y B, D se subió al auto, abandonando a E a su suerte y bajo el axioma de “igual no me iba a dar pelota” les insistió a las damas para que se retiraran del lugar. Cuando estaban a algunas cuadras, se encontraron con A´ que hacía fuerza para que la noche no terne. Era el momento, pensó A; si no es ahora no es nunca, le dijo B con la mirada. A´ se subió al auto, saludo a D, luego se harían amigos. Llevaron a D a su casa y ahí A y A´ empezaron a sacarse el peso de las ganas y la culpa de lo prohibido con un concierto de besos y caricias, al que B asistía sin querer mirar demasiado. Después de un rato, llevaron a A´ hasta su hogar y fueron a tomar el desayuno en el típico barcito de la esquina de la clásica plaza. Cuando llegaron, B fue a saludar a alguien, y A se sentó una mesa que estaba vacía. Había un grupo de muchachos haciendo mucho bullicio, ellos si habían logrado techar la ciudad y hacer que la noche fuese perpetua. C no era de la ciudad como varios de sus amigos. Estaba apartado del erupcionante grupo, leyendo el diario que le había pedido prestado al diariero. Mecánicamente se sentó en la mesa con A y se ofreció a leerle las noticias. En ese momento llegó B , y A le contó el porqué de que C estuviese sentado allí. Cuando C levantó la mirada, para ver la cara de B, reconoció a la chica con quien había estado hablando la noche anterior, B también lo reconoció, porque le llamó mucho la atención que C le había dicho que no quería chamullarla, sólo quería hacerla pensar. Se quedaron un rato allí, hablando. Los cofrades de C se retiraron previo haber formado una tribuna para ver el los malabares verbales que hacía su amigo para mantener contentas a las damas. A, B y C se fueron juntos, para sorpresa de mozo, el dueño del lugar, los dos o tres parroquianos que estaban desayunando y del diariero, que no entendían cómo las chicas no habían descartado al desprolijo caballero de entrada. Hablaron un poco de todo, mientras esperaban por las “medialunas más ricas del mundo”. Estacionaron en la plaza para seguir charlando.
A hizo todo lo posible para devolverle el favor a B allanándole el camino a C, pero B se hizo la sonsa y no paró de tirarle miradas nucleares a su amiga, que por fin, para desazón de C, se rindió.
Bitácora de la casa del amigo de C: el sujeto C se apersonó al lugar a las 9:30 am del día XX de Enero de 200X.

martes, 11 de diciembre de 2007

qué hiciste ayer?

PLAY. Plano muy amplio de la ciudad de Buenos Aires. Una noche más de fin de semana. El plano comienza a acercarse de a poco y distinguimos la Facultad de Derecho y Plaza Francia. No deben ser más de las 12 cuando nos metemos en la casa de Gustavo, que estaba tranquilo en el msn y así como así su ex le empezó a escribir. Que flor viene, que palo va; que tema pendiente de acá y “no me entendiste bien” de allá, toma el toro por las astas y la cita en una esquina (viven cerca). Ella se niega, pero con una cara de ni que se caía de madura. Él le espeta un arriesgado “yo voy a estar ahí, espero que vos también”. Se desconectó, vistió y perfumó casi en un mismo acto. Cinco minutos antes de la hora señalada ya la estaba esperando. Impávido vigilaba la esquina, con toda una heladería mirándolo, y los minutos van pasando. De pronto la ve venir, pero está rara, todavía lejana. Hay algo en su forma de caminar que no le es familiar (¿tanto tiempo había pasado?). Estaba bastante más cerca, pero no estaba... no era ella; nunca vendrá.
A pocas cuadras lo encontramos a Ramiro, que vuelve totalmente beodo de la despedida de un amigo. Tarda varios minutos en embocarle a la cerradura y sólo entra porque su hermana –que estaba con su nuevo novio- le abre la puerta. Trata de evitar el saludo formal, porque sabe algo que su “cuñado” no... no lo puede sortear, así que se deja llevar, se aproxima, le extiende la mano y el la toma. Los vestigios de vómito que esta tenía le deformaron el rostro al donjuan. Entre risas se acostó.
Nos alejamos para inmiscuirnos en un bar de Belgrano, donde un joven ejecutivo asegurador invitó unos drinks a la hermana de alguien, muy parlanchina ella. Él, workholic, eran las 2 y pico y de a ratos de quedaba dormido (¿interesante la charla?).
Fast foward y estamos en la cresta: fiesta al aire libre, amigos, chicas y Agustín, que no para de llamar a Andrea (la fija). Medo tomado la escuchaba una y otra vez saludándolo, con música de fondo y luego silencio. Está indignado. Repite la operación demasiadas veces y ella siempre igual: Lo saluda con música de fondo y luego se queda muda, escuchándolo. En esa misma fiesta, un grupo de amigos acaba de entrar y Federico ve a la chica más linda del mundo, ahí a su alcance, hablando con una amiga. Es conciente que sólo tiene una oportunidad; una frase para ser gracioso, lindo e interesante, para que ella le preste unos minutos más. Se la juega: le roza el hombro despoblado de mangas, tiritas (de musculosas) o breteles y cuando sus ojos se reflejan en los de ella “Cuando me busques... voy a estar allá” y siguió como si fuese realmente bello. No miento cuando digo que me hubiese encantado decir que ella lo buscó.
Ya estamos volviendo a casa, un poco aturdidos, y sin embargo vemos cómo Diego sube al bondi y se sienta (aunque había asientos individuales libres) junto a Vanesa, que iba de no se dónde hasta quien carajo sabe. Le dijo 4 palabras y se la comió. Desprolijo. A las 2 paradas se bajó tanto del vehículo como de la vida de Vanesa.
Mediodía. Vemos cómo Agustín abre los ojos, durmió sólo. Andrea, que se había dormido a las 11 dejando apagado el celular, haciendo que Agustín deje 10 mensajes grabados, todos muy parecidos.
“Hola...Andrea?... Hola... qué estás haciendo?...
STOP.

lunes, 3 de diciembre de 2007

recital

Su mamá la dejó a una cuantas cuadras del teatro sonde se presentaba Rata Blanca. Acordaron un punto de encuentro para la vuelta. Tenía 16 años pero con una personalidad muy definida, subrayada por su pelo teñido de furioso y varios aritos. El hecho de que tocasen en un teatro brindaba las garantías necesarias para que su padre le hubiese permitido asistir. No policía, si asientos numerados, la fila no daba la posibilidad para avivadas... en fin: la barbarie era sólo un recuerdo en este presente agerontado que atravesaba la banda.
Estaba escuchando absorta cuando se dio cuenta que un chico la miraba y como quien tiene una llaga en la boca y no deja de llevarse la lengua hacia ella, no podía parar de mirarlo de tanto en tanto. Él también la miraba seguido, pero tímido –pensó ella- volvió su cabeza a la banda.
En la salida, no lo pudo ver. Caminó hasta la esquina donde esperaba su madre y se subió al auto. Frenaron en el semáforo. Una imagen irrumpió en la ventana del acompañante: una flor deshojada que se movía pendularmente, y de fondo esos ojos que había sabido encontrar en el recital. Magia. Su madre arrancó y ella no pudo más que verlo desaparecer por el espejito del costado, balbuceaba algo, con la flor en la mano.

Se juntó con los pibes a tomar unos vinos antes del recital de Rata, que ahora se hacían los caretas y tocaban en un teatro. Vio la fila y pensó que ibas a ver a Montaner: ni vallas, ni policía, ni quilombo para que la gente se cuele –el tenía entrada-... ninguno de sus condimentos favoritos. “¡¿Cómo vamos a hacer pogo sentados?!”. Sus amigos apenas lo convencieron, porque lo importante era escuchar la banda, ya sea en Cemento o en un jardín de infantes. Buen argumento. Se sentó calladito.
Vio que había una minita que estaba buena; pendeja pero con actitud. La relojeó 2 o 3 veces y la flaca lo miraba. A la salida la iba a buscar, ahora habían otras prioridades.
Se olvidó. La vio. Se acordó. La corrió. Se tragó un florista. Le afanó una flor para la piba que se había subido a un auto. Se rindió. Vio el semáforo en rojo. Revivió. Corrió lo más rápido que los pantalones al huevo y los borsegos le permitieron. La alcanzó. La miró. La vieja arrancó. “Se me escapó”.

martes, 27 de noviembre de 2007

facha

Noche primaveral. Un grupo de amigos que estaba estudiando en Buenos Aires se juntaron en la casa de uno de ellos. Entre cerveza y cerveza surgen las infaltables anécdotas del colegio, del viaje de egresados, de aquellas salidas inolvidables... esas reuniones eran como un rito de memoria, como para combatir el tiempo y la realidad, con recuerdos empapados de nostalgia mejoradora. Siempre son las mismas, más o menos detalladas, pero las mismas al fin. Esa noche uno vino con un as bajo la manga, y le informó al grupo que el primo del mejor amigo del flaco que estaba estudiando con él trabajaba en no sé qué boliche groso y que los había anotado en la lista. Algarabía.
En el boluche. Él, un chico con bastante facha -o por lo menos la tenía en su ciudad donde podía hacer gala de un importante numero de trofeos femeninos en un currículum que muchos envidiaban- se sentía superior. Zapatitos náuticos cancheros, camisa lisa con dos botones desabrochados dejando ver un collarcito veraniego, pantalón oscuro, algunas pulseritas con onda. A diestra, fernet; a siniestra, cigarrillo. En resumen, un semi-dundee. Miraba a todas, algunas devolvían, pero no más que eso. De repente, recorriendo la barra con sus ojos, la vio. Ella, que había decidido bajarse del pedestal de la fama y mezclarse con el vulgo de este lado de la pantalla. La conocía desde hacía mucho, ella no tenía idea de que él existía. Sus miradas se cruzaron y se mantuvieron. Electricidad tangible. El mundo desapareció, la veía pero no entendía cómo una persona podía ser tan linda. Sólo sabia que el destino lo había depositado ahí. No iba a salir, porque quería ser responsable y estudiar, pero Cupido no estaba de acuerdo en que estudiase esa noche. No sólo no apartaba su estelar mirada desde el Olimpo telefeano; ella que a tantos galanes podía elegir. Tal vez fuese una chica simple con apellido complicado (Kloster...), cansada de los sujetos de la tele. Buscaba un chico lindo pero out del medio, un cable a tierra que la alejase del ambiente, que sólo era un trabajo. A esa altura él ya no se acordaba ni cómo había llegado a ese lugar: toda su vida se preparó para ese momento, aunque hasta ahí no se había dado cuenta. Ella ya se dirigía hacia él, con la mirada firme, su humanidad envuelta en un leve paño de seda cual Venus saliendo del mar, avanzaba. Silencio... y luego un coro celestial. Acercó su gloriosísima boca, esa que seguramente lo llenaría de besos irrepetibles y únicos como los copos de nieve, y con la perfección de las flores. Su dulce voz, sonaba clara y decidida, muy cerca de su oído, no preparado para semejante honor. Marcela suspiró, se tomó un segundo... tensión y atención total del sujeto. Te podés correr que me estás tapando un chico que me gusta.

martes, 20 de noviembre de 2007

turistas

Viajaban al otro día. Decidieron ir un ratito a despedirse de sus amigos, pero como era lógico, el auto no se movería del garaje esa noche. El plan: pedirle el auto prestado al padre de uno de ellos, que vivía cerca. Una vez que el pedido fue aceptado, tomaron prestado el auto que debía descansar para ir en busca del otro vehículo y devolverlo antes de que alguien sospechara. Buscarían en el bar algún solitario borrachín que decidiera salir un martes. Ya iban tres cervezas y no aparecía nadie. La noche andaba por una calle de una sola mano, y no desembocaba en “descansar para el viaje” precisamente. El rumbo era la ciudad vecina, con más noche... Uno de ellos era el conductor designado para pilotear los 600 km que separan su ciudad de la cordillera: un gran ejemplo de vida.
Llegaron a un barcito repleto, se hacían los interesantes mientras chequeaban el material en exposición. No tenían mucho tiempo y, a decir verdad, tampoco esperaban encontrar a la madre de sus hijos en ese tugurio... esas chicas nunca habían escuchado semejantes adjetivos calificativos hacia sus personas, hasta por un momento llegaron a pensar que tal vez eran lindas...
Como si tuviese vida propia, una fábula escapó de las fauces de uno de los muchachos: como si fuese la más absoluta de las verdades, les contó, impertérrito, que ellos no eran del lugar, sino que era una parada estratégica en su viaje a la cordillera, que habían viajado todo el día, y que para mañana se venía un pronóstico similar, pero que todo el cansancio no pesaba más que la alegría de haber encontrado unas chicas que seguramente estarían deseosas de mostrarles la noche patagónica. La carnada evidentemente era buena, y además los pescadores se complementaban en todo momento, y ellas felices de poder alardear al día siguiente frente a sus amigas sobre cómo dos galancitos de Buenos Aires les habían pintado el mundo de rosa. Se cansaron del bar y las damas propusieron empezar un mini tour. Astuto como un zorro astuto, el conductor les comento que un amigo suyo de la facu le había dicho que no podía no ir al mirador (¿hace falta que explique?), pero un hilo de luz alumbro el cerebro de una de las guías, y poniendo excusas, pudieron convencerlos de ir al río, en la otra punta. En el río se armaron las parejitas, pero cuando ellas empezaron a bajar la guardia, uno de los sujetos se percató de que algo le molestaba, y no era precisamente su conciencia, sino el sol les avisaba que la noche había terminado. Que voy, que me quedo, subieron al auto, despacharon a las minas, fueron al punto de partida y buscaron otro auto, dejaron el carruaje justo antes de que se termine el hechizo. Volvieron al bunker, terminaron de cerrar la puerta a la par que el menor de los hermanos bajaba las escaleras para empezar a prepararlos bártulos. La suerte los siguió acompañando.

martes, 13 de noviembre de 2007

lluvia cae

El programa: grupo de Percusión que tocaba en alguna lejana sede de la UBA. Mucha rasta, mucho tatoo, mucha musculosa, buena música, birra barata y unas chicas que ya tenían en vista, de una fiesta anterior. Relampagueaba pero no le dieron importancia porque justo se encontraron con las chicas que habían conocido gracias a la caradurez de uno de ellos en el evento de hace algunas semanas. No era su hábitat, pero supieron adaptarse a la tribu receptora. Cervezas en mano, se dedicaron a ver cómo culminaba el espectáculo musical, que más o menos duró hasta que el cielo hizo un último ademán a desplomarse. ¿Inteligentes? ¿Sabios? ¿Suertudos?... bajó el grupo que estaba tocando y aparecieron los tambores, y con los tambores, al mejor estilo danza de la lluvia con inmediatos resultados, se largó mal. Era una especie de video clip de Ricky Martín donde todos bailan sin darle importancia a la lluvia, al ritmo de los tambores, o como el mejor de los comerciales de alguna cerveza... ropa al cuerpo, pelos empapados, ritmo pegajoso, miradas incipientes... aunque la gente no era tan linda en general. Durante una hora la ducha no se cerró en ningún momento, algunos ingenuos buscaron refugiarse, todos terminaros igualmente empapados. Uno de los sujetos se vio obligado a tomar cartas en el asunto, decidió que era hora de partir; las chicas y su amigo lo escucharon. Salieron dando pasos vacilantes entre charcos y baldosas flojas, con caras diversas. La peor de todas la cargaba una de las chicas. Cuando el poco carismático líder le preguntó a qué se debía, ella le dijo que la ponía de mal humor y triste no saber cómo iba a llegar a su casa. Pesimista, como siempre, él le retrucó, como si fuese lo más natural de mundo, un paradojicamente seco “caminando”. Ella le dijo que estaba loco, que buscaran un taxi, y él se le burló diciéndole que era imposible encontrar un taxi, y que de hallarlo, nunca los subiría en esas condiciones... pero llegaron a la esquina, una lucecita colorada encendía la esperanza. Ella, soñadora, desbarató el cinismo de su compañero extendiendo el brazo y buscando distinguir en el espacio los ojos del chofer, para que le fuese más difícil dejarlos a la deriva. En contra de todos los pronósticos, derrumbando todo lo que se supone son los tacheros, el móvil disminuyó la marcha, y abrió la puerta trasera como una madre que recibe a un hijo con los brazos extendidos, luego de haber pensado que jamás lo volvería a abrazar. Se sentían como náufragos urbanos. Tras el volante estaba, sonriente, Edmundo Achaval, taxista. No solo los llevó hasta el destino, sino que ni siquiera se quejó del estado de los pasajeros, y no escatimó en comentarios divertidos, y en seguirle los chistes a los chicos, que le debian felicidad.

martes, 6 de noviembre de 2007

una rosa

Dos amigos se escaparon hacia una provincia del norte. Arribaron al pequeño pueblecito limítrofe con Brasil a la tarde. Tenían 3 noches por delante antes de la vuelta.
Noche 1: Boliches argentinos cerrados, salida nocturna en Brasil. Uno extravió su billetera. Estaban dadas todas las condiciones para que la noche se viniera abajo. Pero este puede ser un cóctel explosivo, porque ya no teniendo nada que perder, las cosas sólo podrían mejorar. Se desabrocho el paracaídas de la amargura para estrellarse a la mayor velocidad posible contra la diversión. A las 4 de la mañana ya había hablado con un tercio de las mujeres del pueblo. Escuchó muchos “mañana, en el boliche”. De pronto bajaron cuatro chicas de un auto, que no dudaron en exhibirse ante los que trataban de ver un poco más allá de lo evidente. Una más linda que la otra. No tutubió. Cuando se encontró en medio del grupete, vio a una quinta que no había bajado del carruaje celestial encargado de depositar a esas embajadoras de la belleza en la retina de todos los lugareños. Era la Primavera, simple y apocalíptica, era Venus con jeans y remera, y lo mejor de todo, es que no lo sabía. Su timidez era casi palpable. Él supo darse cuenta de ello y en vez de arrojarse a sus pies e implorar que caminara sobre su espalda para que la indigna vereda no supiera lo que significa el calor de sus frágiles pasos, para que sus idílicos pies no se contaminaran con la mundaneidad, la miro fijo y le empezó a hablar como el más irreverente de los herejes, que no distinguen a un dios cuando lo tienen enfrente. El resultado de la osadía: innumerables sonrisas, y una escalera que lo acercaba cada vez más al cielo. Hablaron un par de horas y ya solos, la escoltó a su casa, donde la esperaba una madre ansiosa. En la despedida, quiso robarle un beso, pero ella supo dominar la situación y el impacto fue en la mejilla; lástima. Prometieron buscarse la noche siguiente. Se cerró la puerta, y comenzó a llover, para que el hereje limpiara su culpa.
Noche 2: No se encontraron.
Noche 3: Debía afinar la puntería porque había 3 fiestas importantes en el lugar. Prefirió dejarlo e manos del destino. Eureka, estaba... pero no era la misma: no reía, no cruzaba miradas cómplices, no era dulce. El impacto de la primera noche se había esfumado. El fino trabajo de orfebre no había resultado, estaba igual que hace 2 noches: con las manos vacías. Busco a su amigo quien le presentó a otra “chica” cuyo mejor atributo era un tatuaje de una rosa en el seno derecho, que todos podían ver, ya que ella no medía más de un metro y medio... una princesa. Inútil fue la insistencia de ella, se retiró a la casa de su amigo, sin que siquiera su imaginación le diera una mano. Al fugarse de la cueva de la bruja pasó por un kiosco, compró una Sprite y caminó hasta lo de su amigo.

martes, 30 de octubre de 2007

como en casa

Abrió los ojos, la luz había invadido la habitación. En seguida se sintió raro, el chequeo corporal inicial develó: dolor de cabeza, ardor en los ojos y boca pastosa... malestar general. Lo más extraño era que, durante la noche, o le había crecido otro brazo o alguien lo estaba abrazando.
Sábado de folleto: prebo con amigos, mucho alcohol, al boliche en grupo y que termine como a Baco se le ocurra. A esa salida base se le agregan algunos circunstanciales que hacen que cada sábado sea distinto. En el boliche había un grupo de enfermeritas en despedida de soltera cuyos disfraces fueron victimas constantes de ataques y flagelos. Se aburrió y se fue a su casa, comandado por su instinto de supervivencia, ya acostumbrado a tener que estar alerta por lo menos una noche por semana. Estaba a una cuadra cuando empezó a hacer el peritaje de sus bolsillos. Monedas (varias, de distinto valor), billetera (una), chicles (dos), celular (uno) y por último, llaves (ninguna). No era la 1° vez, aunque ahora no tenía una aliada que le brindara asílo político. Tocó el timbre... nada. Llamo a sus amigos... nada (no lo sabía, pero no tenía crédito). Siendo una persona muy proactiva fue a colgarse del timbre de un amigo (los hombres, a esas horas, no tienen pudor, vergüenza social o respeto por el prójimo). Caminó una cuadra, tratando de comunicarse con él, muy concentrado, de pronto “qué tenés en la cabeza?” había una chica parada frente a él, inquisitiva. La miró con cara de “de qué estás hablando Willis?” y ante la insistencia se palpó el cráneo y encontró una cofia de enfermera... Empezaron a hablar y a contarse sus respectivas noches. Veinte minutos después, ya sabían bastante el uno del otro y ella le ofreció hospedaje y el aceptó, siempre y cuando le prometa que no iba a amanecer en una bañadera con hielo. Vivía a pocas cuadras. El monoambiente tenía mesas (una), tele (una), sillas (dos o tres) y futón dos plazas (UNO!!). Se acostaron, ella con pijama y el con los pantalones puestos, miradas indiscretas (cuatro), caricias semi degeneradas (cinco), besos (dos), luego se quedaron dormidos.Pasó la hora, se acabó el hechizo: carruaje a calabaza, caballos a ratoncitos, Cenicienta a hermanastra y Príncipe a plebeyo. Ella lo acompañó a la salida, él no le pdió el teléfono. Taza taza. No se han vuelto a ver.

lunes, 22 de octubre de 2007

la escondida

Salieron esporádicamente a lo largo de un año. Él había decidido por los dos, que llevar un título era absurdo, y ella suponía que podía romper esa infranqueable barrera que rodeaba el corazón del chico por medio de visitas inesperadas, planteos y otras tácticas que tuvieron como consecuencia que él buceara en el mar de las excusas cada vez que ella rondaba cerca. Así un mes.
Un típico día de entre invierno y primavera, el sujeto se hallaba en su casa con su hermano, que estaba cocinando, de fondo se oía un partido de fútbol que acababa de empezar. En determinado momento, el hermano, estando al tanto de todo (cabe aclarar que es un tipo al que nunca hay que creerle nada, y que sólo dice la verdad cuando sabe que su interlocutor no le creerá y eso puede perjudicarlo), se acerca y le dice que su chica había tocado el timbre y que estaba subiendo. Obviamente no le creyó, y este se retiró con un sospechisísimo “Bueeeeeeeeeeeeeeeeno...” que hizo bastante ruido en la parte del cerebro de su hermano donde se alojan las dudas. De repente timbre, era arriba, ¿era ella? No podía ser nadie más. ¿Qué cara le pondría cuando lo viese allí, en calzones viendo un parido de fútbol, cuando claramente le había explicado que un amigo suyo había sido operado y que lo iría a visitar hace media hora? (sabemos que la excusa es burda, pero se había quedado sin material, y las típicas explicaciones ya las había utilizado tantas veces que una más hubiese sido tentar la suerte). Para colmo su hermano no la detuvo y ella se invitó a pasar, con un “estoy medio al pedo y no sabía donde ir”. Con la frente perlada, y la cabeza en blanco, no supo que hacer, no pensó en las consecuencias del único plan que se le venía a la mente, no pudo ver más allá de los 15 cm que tenía por delante de su nariz ni se interesó en el futuro inmediato. Se oyeron pasos y una voz que ya había empezado a odiar, se juró nunca más esquivar un “tenemos que hablar...”, se dió cuenta que más vale romper un corazón y ligar un cachetazo o bancarse una escena en un bar que seguir saliendo con alguien hasta el punto de tener que... tener que... verse obligado a... no encontrar otra salida que... ESCONDERSE DEBAJO DE LA CAMA (clímax en alguna película de Chaplin. Sólo queda describir a su hermano por medio de sus actos: invitó a la chica a comer algo y ver el partido, cómodamente sentada en la cama (un amigo el hermano). Terminó el partido, y ella se fue, por fin se dignó a irse, luego de haber hecho un pequeño duelo por la relación que acababa de morir, ahí en esa cama que tantas veces habían compartido, y que esa, la última vez que estuvieron en el mismo cuarto, los separaba como el muro que Israél construyó. Él nunca supo si ella se dió cuenta de toda la situación. Suponemos que nadie tiene semejante imaginación, pero siempre nos quedará la duda.

martes, 16 de octubre de 2007

voy en auto!

Hace algún tiempo, un sujeto notó que su mejor amigo estaba un poco sólo, y que debía ayudarlo a olvidarse de una chica. Bajo el axioma de "un clavo saca otro clavo", le dijo a su novia que le presente a alguna amiga. Ella encontró a la chica adecuada. Resulta que el amigo del amigo, y la amiga de la novia se conocieron por fin en una fiesta y hablaron mucho rato. Fin de semana siguiente y otra fiesta, y otra vez charla. Para hacer la cosa un poco más personal, entre los amigos decidieron invitar a las chicas a tomar algo a la casa del amigo del novio. La chica con la que había estado hablando los dos fines de semana anteriores, anunció su llegada a eso de las 23:30, feliz porque le prestaban el auto por primera vez (la chica vive en Martinez y el chico en Recoleta).

Suena el teléfono en la casa donde se iban a juntar la pareja formal y la pareja en potencia. Atiende... era "su" chica, que lo llamaba desde el celular porque se le había roto el auto ahí cerca. Sólo logro tranquilizarla cuando le dijo que iban para allá. Minutos más tarde estaban la pareja y el amigo del novio en el auto yendo a rescatar a la cuarta en cuestión. Llevaron el auto hasta la esquina de la casa del sujeto.
Transcurridas 3 horas, llegó el auxilio, haciendo oídos sordos a la notificación de que dos personas irían en la grúa (muy caballerosamente el sujeto se había ofrecido a acompañar a la chica hasta la casa -no sabemos con que intención-), ya que esta, que tenía espacio para tres personas, venía tripulada por dos individuos. Por lo tanto, el chico terminó acompañando a la señorita, que iba a upa de él, al lado de los dos mecánicos, hasta Martinez pensando seguramente en la recompenza...

Cuando la grúa por fin partió, invito a pasar al sonrojado pero sonriente muchacho a su casa, le llamó un taxi, le dio 20 pesos y un "muchas gracias" con gusto a muy poco.

Como corolario de la estupenda noche, el remisero que parecía ser un simpático viejecito, le termino cobrando 30 pesos, y luego se enteraría que el saldo desde el lugar de origen hasta el destino eran generalmete 20 pesos.

lunes, 8 de octubre de 2007

séptimo piso

Había conseguido el teléfono de una chica previo haberle mentido en todos los colores, pero el fin justifica hasta los más drásticos medios. El martes a la tarde le envió un primer mensajito, para recordarle que habían estado hablando y se supieron caer muy bien, aunque ella no se decidió a regalarle un beso. Mensaje va, mensaje viene (el histeriqueo es esencial). Finalmente el chico tomó coraje y cambió mensajes por llamada. La charla fue muy amena; la invitó al cine y ella aceptó.
-"Dame tu dirección y te paso a buscar mañana a las 9", le dijo ya casi de memoria, como quien ha recorrido ese camino tantas veces.
-"Dale, anota: XXXYYY 2345 séptimo piso", dijo ella mecanicamente, y sin dudar un instante.
-"¿Séptimo qué?", le preguntó el, sintiendo que ella escatimaba en los datos de la ubicación de su hogar.
-"Séptimo nada, es un piso…", tiró ella como no entendiendo que hay gente que no vive en pisos, sino en departamentos como cajas de zapatos.
Por suerte no estaban cara a cara, porque hubiese sido una situación sumamente incómoda. Él no supo ver los indicios.
Eran los últimos días del mes, por ende, el chico estaba justo con el efectivo, por lo que se tomó el atrevimiento de recortar unos “2 x 1” en las entradas de cine, que vienen con la factura de gas… un desprolijo.
Eran las 9 del día acordado, apretó el botón número siete y la dulce voz de la chica le anunció que en pocos minutos se encontraría con él. Cuando esto ocurrió, se perfumó el ambiente, sus miradas se entrecruzaron, se sentían como en una burbuja... que explotó con un burgués “¿tuviste problemas para estacionar el auto?”; un baldazo de realidad totalmente inoportuno. Ella, sumamente inocente, nunca podrá imaginarse lo milimétrico de su comentario, como para asestar en el centro de la confianza y auto valoración del sujeto. Remarla era imposible.
-"La verdad que no…, porque no tengo auto".
Ya era irremontable, todo estaba perdido y ambos lo sabían. Hubiese sido menos incómodo culminar con la cita en ese momento. Como ya estaba todo perdido la llevo CA MI NAN DO hasta el cine, no pochoclos, no beso, no segunda cita.