martes, 6 de noviembre de 2007

una rosa

Dos amigos se escaparon hacia una provincia del norte. Arribaron al pequeño pueblecito limítrofe con Brasil a la tarde. Tenían 3 noches por delante antes de la vuelta.
Noche 1: Boliches argentinos cerrados, salida nocturna en Brasil. Uno extravió su billetera. Estaban dadas todas las condiciones para que la noche se viniera abajo. Pero este puede ser un cóctel explosivo, porque ya no teniendo nada que perder, las cosas sólo podrían mejorar. Se desabrocho el paracaídas de la amargura para estrellarse a la mayor velocidad posible contra la diversión. A las 4 de la mañana ya había hablado con un tercio de las mujeres del pueblo. Escuchó muchos “mañana, en el boliche”. De pronto bajaron cuatro chicas de un auto, que no dudaron en exhibirse ante los que trataban de ver un poco más allá de lo evidente. Una más linda que la otra. No tutubió. Cuando se encontró en medio del grupete, vio a una quinta que no había bajado del carruaje celestial encargado de depositar a esas embajadoras de la belleza en la retina de todos los lugareños. Era la Primavera, simple y apocalíptica, era Venus con jeans y remera, y lo mejor de todo, es que no lo sabía. Su timidez era casi palpable. Él supo darse cuenta de ello y en vez de arrojarse a sus pies e implorar que caminara sobre su espalda para que la indigna vereda no supiera lo que significa el calor de sus frágiles pasos, para que sus idílicos pies no se contaminaran con la mundaneidad, la miro fijo y le empezó a hablar como el más irreverente de los herejes, que no distinguen a un dios cuando lo tienen enfrente. El resultado de la osadía: innumerables sonrisas, y una escalera que lo acercaba cada vez más al cielo. Hablaron un par de horas y ya solos, la escoltó a su casa, donde la esperaba una madre ansiosa. En la despedida, quiso robarle un beso, pero ella supo dominar la situación y el impacto fue en la mejilla; lástima. Prometieron buscarse la noche siguiente. Se cerró la puerta, y comenzó a llover, para que el hereje limpiara su culpa.
Noche 2: No se encontraron.
Noche 3: Debía afinar la puntería porque había 3 fiestas importantes en el lugar. Prefirió dejarlo e manos del destino. Eureka, estaba... pero no era la misma: no reía, no cruzaba miradas cómplices, no era dulce. El impacto de la primera noche se había esfumado. El fino trabajo de orfebre no había resultado, estaba igual que hace 2 noches: con las manos vacías. Busco a su amigo quien le presentó a otra “chica” cuyo mejor atributo era un tatuaje de una rosa en el seno derecho, que todos podían ver, ya que ella no medía más de un metro y medio... una princesa. Inútil fue la insistencia de ella, se retiró a la casa de su amigo, sin que siquiera su imaginación le diera una mano. Al fugarse de la cueva de la bruja pasó por un kiosco, compró una Sprite y caminó hasta lo de su amigo.

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