martes, 29 de enero de 2008

inspección de billeteras (parte II)

Bajaron del taxi y ya se sentían como empezando a ganarle la pulseada a los otros dos. “Uno menos” pensaron mientras se sentaban en la mesa y el otro saludaba a alguien que parecía conocer. Ahora faltaba el otro "otro"... no llegaron a cruzar miradas cómplices como para tratar de idear telepáticamente un plan para eliminar al macho amenazante porque las damas se estrellaron contra sus labios, recorriendo sus fauces de punta a punta. En ese momento acabó la noche del tercer sujeto, que se empeño en desarrollar una teoría física que determinase el movimiento de las burbujas en su vaso de cerveza.
Estaban tan metidos en lo suyo que ni si quiera se despegaron cuando el cuarto izó las velas, enderezó la proa y zarpó a ¿conquistar? la noche. Ellas parecían saber lo que hacían, porque las sensaciones placenteras hacían fila en los nutridos cerebros de los sujetos, para manifestarse de diversas maneras. A una de ellas se le ocurrió que tenía calor y antes de que alguno le ofreciera una solución, sugirió ir a un lugar que quedaba cerca y podrían estar tranquilos. No era el Plaza, pero ya estaban ahí, y con las ruinas de sus naves aún humeantes a sus espaldas, la única salida era pelear. Pelearon y pelearon, pero ellas eran como Héctor y Aquiles, jugando en el mismo equipo. En el momento de la reflexión y charla, o cigarrillo y wisky en el caso del elefante de Camaleón, una de las amazonas empezó a hablarles didácticamente, como para que se entienda bien, y medio dando vueltas, medio que acostumbrada a eso empezó su monólogo post guerra “Bueno, chicos, eh... ustedes ya saben cómo es esto...”. Evidentemente estaba sobrevalorando las experiencias vividas por los chicos, y se cansó. “Miren chicos, es tanta guita por todo”. Fue un baldazo de realidad que termino empapando de frustración la alegría de los muchachos. Se vistieron, y caminando por la gris vereda que tan sólo anoche era el camino de ladrillos amarillos que llevaba a la cuidad mágica de un mago; totalmente cabizbajos por la sentencia de toda la gente del pueblucho que los había visto la noche anterior con las putas del lugar.

martes, 22 de enero de 2008

inspección de billeteras (parte I)

Cuatro Ingenieros en Informática de vacaciones. Sólo uno de ellos con un poco de calle. Cuando digo “Ingenieros en Informática” me refiero a alguien que tal vez aparezca vestido con una camisa escocesa con el anteúltimo botón abrochado, metida adentro de una bermuda que no llega a las rodillas –con cinturón-, medias blancas de toalla hasta la mitad de la canilla y zapatillas náuticas.
En una típica noche norteña deambulaban por el pueblecito al que habían arribado esa tarde, estaban chequeando el ambiente. Desde lo más profundo de su ser, como un recuerdo de sus antepasados primitivos, uno de ellos no pudo reprimir la neanderthalísima necesidad de acercarse a alguna hembra, pero contando con muy pocas herramientas para lograrlo. Se aventuró, desde el otro lado de la calle principal, a levantar su brazo moviendo la mano de este a oeste, a dos chicas que pasaban. Nunca hubiese imaginado una respuesta, y si ante esta, ya se sentía Roberto Galán, imaginen el abrupto crecimiento de su ego cuando los invitaron a cruzar. El asunto es que ya se había quedado sin ideas, ahora no tenía más salida que ser el mismo...
Que hola viene, hola va. Cruce de besos, todos amigos, y de dónde son, mirá vos que lejos, que no podemos no ir a ese lugar, que paren un taxi. ¡Vamos! Increíble: habían llegado esa tarde y ya dos chuchis los estaban invitando a un bar; ya tenían algo para contarle a sus nietos. Ellas eran dos, ellos cuatro, así que o eran fiesteras o dos sobraban. Dos sobraban. El líder del grupo se compadeció y decidió no tomar cartas en el asunto, ya que quería descansar o eso dijo. Un cóctel de mucha gracia, algo de pudor y unas gotas de sospecha le vino a la mente cuando giró y vio que dos de los chicos estaban “comiéndose” a sus nuevas amigas. El tercero miraba su cerveza totalmente cabizbajo. Viéndolos tan entusiasmados y ante la retirada que hubo emprendido el tercero, se fue a otro bolichito.
Llegó a la peña y casi en seguida cruzó miradas con una lugareña. Se acercó y la invitó a tomar algo. “Algo” podríamos definirlo como una caja de vino tinto no muy fino, que era la especialidad de la casa o lo único que vendían. Lo positivo es que sólo había que decidir entre tomarlo o dejarlo. La mayoría de equivocaba. Hablaron, y con el vino repiqueteando en sus sienes, trató de emular a Boequer y le soltó un “... y, ¿cómo besan las tucumanas?”
Dejó de escuchar la música, desapareció toda la gente, no sabía dónde estaba, lo único que sus sentidos captaban era la cara atónita de ella como diciendo “Noooooooo flaco, nooooooooo” y el totalmente ruborizado pidiéndole explicaciones al cerebro, para saber exactamente qué parte de su ser era responsable de lo que acababa de suceder, pero las respuestas no llegaban. Y antes de poder embarrarla más, ella, con su maternal lástima, le dio un mínimo resumen de los besos que podría haberle regalado y se fue.
Cuando llegó a la casa, se sorprendió de no encontrar a sus amigos allí.

Continuará...

martes, 15 de enero de 2008

que partido Macaya!!!

Noche veraniega de pantalones largos y remera. Cordero al asador; con cuchillo, galleta y los dedos. El vino trajo historias, y con ellas las cargadas, infaltables en cada asado de hombres; más aún si se conocen tanto y hace tanto como estos. De pronto un comentario produjo silencio: de intriga y suspenso, en los que no entendían; de bronca mal disimulada en los que si.
Diecisiete partidos nos habían ganado esa semana. Diecisiete a cero; pero no jugábamos por nada... Esa noche apostamos un asado. Ganamos y ellos no llegaron ni a las buenas. La voz socarrona del Sheriff inundaba el patio y sus ojos no se posaban en nadie.
Hasta alcaparras compraron estos desgraciados…ochocientos mangos salió el asado, masticó, magulló y escupió Segurola. Segurola y Juan B. Justo, la pareja que había perdido aquel pantagruélico asado (bautizados así por el Sheriff, haciendo alusión a su forma de jugar) no habían podido resistir a la provocación orgullosa y ponzoñosa de su amigo y contrincante. La hombría había sido cuestionada, y entre el vino, el orgullo herido y el querer ser macho dominante, se planteó un nuevo desafío. La revancha tendría lugar, luego de 6 meses, durante los cuales el Sheriff y su compañero no habían más que disfrutado de ese huérfano triunfo, pero con arcas que superaba claramente aquel ejército de 17 partidos previos. Además nunca habían considerado que las cosas estuviesen dadas como para darles la revancha. El tema venía de lejos, y cuando Segurota sugirió aposta un cordero, en un solo partido, el Sheriff sonrió.
Limpiaron la mesa, llenaron los vasos, se sentaron en ronda, trajeron el mazo y se formalizó la apuesta. Un partido, todo o nada, repartieron las cartas.
El primer retruco se cantó recién para que el Sheriff & Cia. Llegaran a las 12 buenas, dejando a los otros en 0 buenas. Todo muy hablado, muchas chicanas, algunos titubeos y mucha práctica e intento de leer la mente, o lo que es parecido, pescar alguna seña.
El repunte de 13 a 4 fue interesante, pero no pasó a mayores, terminó ahí. Esta vez el costo del partido había sido infinitamente menor al anterior, pero tenía el mismo gusto amargo. Más aún habiendo tantos testigos.
Seguramente los partidos seguirán, la Fortuna, como desde el inicio de los tiempos irá cambiando de amantes a su voluntad, pero esa noche, desde antes del partido, se la vio coqueteando con el Sheriff, aunque no todos supieron verla.