Bajaron del taxi y ya se sentían como empezando a ganarle la pulseada a los otros dos. “Uno menos” pensaron mientras se sentaban en la mesa y el otro saludaba a alguien que parecía conocer. Ahora faltaba el otro "otro"... no llegaron a cruzar miradas cómplices como para tratar de idear telepáticamente un plan para eliminar al macho amenazante porque las damas se estrellaron contra sus labios, recorriendo sus fauces de punta a punta. En ese momento acabó la noche del tercer sujeto, que se empeño en desarrollar una teoría física que determinase el movimiento de las burbujas en su vaso de cerveza.
Estaban tan metidos en lo suyo que ni si quiera se despegaron cuando el cuarto izó las velas, enderezó la proa y zarpó a ¿conquistar? la noche. Ellas parecían saber lo que hacían, porque las sensaciones placenteras hacían fila en los nutridos cerebros de los sujetos, para manifestarse de diversas maneras. A una de ellas se le ocurrió que tenía calor y antes de que alguno le ofreciera una solución, sugirió ir a un lugar que quedaba cerca y podrían estar tranquilos. No era el Plaza, pero ya estaban ahí, y con las ruinas de sus naves aún humeantes a sus espaldas, la única salida era pelear. Pelearon y pelearon, pero ellas eran como Héctor y Aquiles, jugando en el mismo equipo. En el momento de la reflexión y charla, o cigarrillo y wisky en el caso del elefante de Camaleón, una de las amazonas empezó a hablarles didácticamente, como para que se entienda bien, y medio dando vueltas, medio que acostumbrada a eso empezó su monólogo post guerra “Bueno, chicos, eh... ustedes ya saben cómo es esto...”. Evidentemente estaba sobrevalorando las experiencias vividas por los chicos, y se cansó. “Miren chicos, es tanta guita por todo”. Fue un baldazo de realidad que termino empapando de frustración la alegría de los muchachos. Se vistieron, y caminando por la gris vereda que tan sólo anoche era el camino de ladrillos amarillos que llevaba a la cuidad mágica de un mago; totalmente cabizbajos por la sentencia de toda la gente del pueblucho que los había visto la noche anterior con las putas del lugar.
Estaban tan metidos en lo suyo que ni si quiera se despegaron cuando el cuarto izó las velas, enderezó la proa y zarpó a ¿conquistar? la noche. Ellas parecían saber lo que hacían, porque las sensaciones placenteras hacían fila en los nutridos cerebros de los sujetos, para manifestarse de diversas maneras. A una de ellas se le ocurrió que tenía calor y antes de que alguno le ofreciera una solución, sugirió ir a un lugar que quedaba cerca y podrían estar tranquilos. No era el Plaza, pero ya estaban ahí, y con las ruinas de sus naves aún humeantes a sus espaldas, la única salida era pelear. Pelearon y pelearon, pero ellas eran como Héctor y Aquiles, jugando en el mismo equipo. En el momento de la reflexión y charla, o cigarrillo y wisky en el caso del elefante de Camaleón, una de las amazonas empezó a hablarles didácticamente, como para que se entienda bien, y medio dando vueltas, medio que acostumbrada a eso empezó su monólogo post guerra “Bueno, chicos, eh... ustedes ya saben cómo es esto...”. Evidentemente estaba sobrevalorando las experiencias vividas por los chicos, y se cansó. “Miren chicos, es tanta guita por todo”. Fue un baldazo de realidad que termino empapando de frustración la alegría de los muchachos. Se vistieron, y caminando por la gris vereda que tan sólo anoche era el camino de ladrillos amarillos que llevaba a la cuidad mágica de un mago; totalmente cabizbajos por la sentencia de toda la gente del pueblucho que los había visto la noche anterior con las putas del lugar.