lunes, 3 de diciembre de 2007

recital

Su mamá la dejó a una cuantas cuadras del teatro sonde se presentaba Rata Blanca. Acordaron un punto de encuentro para la vuelta. Tenía 16 años pero con una personalidad muy definida, subrayada por su pelo teñido de furioso y varios aritos. El hecho de que tocasen en un teatro brindaba las garantías necesarias para que su padre le hubiese permitido asistir. No policía, si asientos numerados, la fila no daba la posibilidad para avivadas... en fin: la barbarie era sólo un recuerdo en este presente agerontado que atravesaba la banda.
Estaba escuchando absorta cuando se dio cuenta que un chico la miraba y como quien tiene una llaga en la boca y no deja de llevarse la lengua hacia ella, no podía parar de mirarlo de tanto en tanto. Él también la miraba seguido, pero tímido –pensó ella- volvió su cabeza a la banda.
En la salida, no lo pudo ver. Caminó hasta la esquina donde esperaba su madre y se subió al auto. Frenaron en el semáforo. Una imagen irrumpió en la ventana del acompañante: una flor deshojada que se movía pendularmente, y de fondo esos ojos que había sabido encontrar en el recital. Magia. Su madre arrancó y ella no pudo más que verlo desaparecer por el espejito del costado, balbuceaba algo, con la flor en la mano.

Se juntó con los pibes a tomar unos vinos antes del recital de Rata, que ahora se hacían los caretas y tocaban en un teatro. Vio la fila y pensó que ibas a ver a Montaner: ni vallas, ni policía, ni quilombo para que la gente se cuele –el tenía entrada-... ninguno de sus condimentos favoritos. “¡¿Cómo vamos a hacer pogo sentados?!”. Sus amigos apenas lo convencieron, porque lo importante era escuchar la banda, ya sea en Cemento o en un jardín de infantes. Buen argumento. Se sentó calladito.
Vio que había una minita que estaba buena; pendeja pero con actitud. La relojeó 2 o 3 veces y la flaca lo miraba. A la salida la iba a buscar, ahora habían otras prioridades.
Se olvidó. La vio. Se acordó. La corrió. Se tragó un florista. Le afanó una flor para la piba que se había subido a un auto. Se rindió. Vio el semáforo en rojo. Revivió. Corrió lo más rápido que los pantalones al huevo y los borsegos le permitieron. La alcanzó. La miró. La vieja arrancó. “Se me escapó”.

4 comentarios:

malena dijo...

Una linda pero triste historia, típica en ciudades como BsAs.

Sunshine dijo...

Que buena historia...

Muy bonita, y me gustó que incluyeras la otra mirada. Aunque confieso que pensé que todo lo romántico se iba a terminar cuando la madre la fuera a buscar. No pasó eso pero si les cagó el momento. Malditas madres!! jajaja

Saludos!

Anónimo dijo...

La vida es una moneda.

Roland Garrón dijo...

a ver... la vida realmente es una moneda, y en cuidades como buenos aires, las monedas pueden llegar a tener más de 2 caras. Lo bueno del romanticismo es que lo fabricamos nosotros, lo malo es que lo rompen los demás.
Gracias por la visita.