martes, 20 de noviembre de 2007

turistas

Viajaban al otro día. Decidieron ir un ratito a despedirse de sus amigos, pero como era lógico, el auto no se movería del garaje esa noche. El plan: pedirle el auto prestado al padre de uno de ellos, que vivía cerca. Una vez que el pedido fue aceptado, tomaron prestado el auto que debía descansar para ir en busca del otro vehículo y devolverlo antes de que alguien sospechara. Buscarían en el bar algún solitario borrachín que decidiera salir un martes. Ya iban tres cervezas y no aparecía nadie. La noche andaba por una calle de una sola mano, y no desembocaba en “descansar para el viaje” precisamente. El rumbo era la ciudad vecina, con más noche... Uno de ellos era el conductor designado para pilotear los 600 km que separan su ciudad de la cordillera: un gran ejemplo de vida.
Llegaron a un barcito repleto, se hacían los interesantes mientras chequeaban el material en exposición. No tenían mucho tiempo y, a decir verdad, tampoco esperaban encontrar a la madre de sus hijos en ese tugurio... esas chicas nunca habían escuchado semejantes adjetivos calificativos hacia sus personas, hasta por un momento llegaron a pensar que tal vez eran lindas...
Como si tuviese vida propia, una fábula escapó de las fauces de uno de los muchachos: como si fuese la más absoluta de las verdades, les contó, impertérrito, que ellos no eran del lugar, sino que era una parada estratégica en su viaje a la cordillera, que habían viajado todo el día, y que para mañana se venía un pronóstico similar, pero que todo el cansancio no pesaba más que la alegría de haber encontrado unas chicas que seguramente estarían deseosas de mostrarles la noche patagónica. La carnada evidentemente era buena, y además los pescadores se complementaban en todo momento, y ellas felices de poder alardear al día siguiente frente a sus amigas sobre cómo dos galancitos de Buenos Aires les habían pintado el mundo de rosa. Se cansaron del bar y las damas propusieron empezar un mini tour. Astuto como un zorro astuto, el conductor les comento que un amigo suyo de la facu le había dicho que no podía no ir al mirador (¿hace falta que explique?), pero un hilo de luz alumbro el cerebro de una de las guías, y poniendo excusas, pudieron convencerlos de ir al río, en la otra punta. En el río se armaron las parejitas, pero cuando ellas empezaron a bajar la guardia, uno de los sujetos se percató de que algo le molestaba, y no era precisamente su conciencia, sino el sol les avisaba que la noche había terminado. Que voy, que me quedo, subieron al auto, despacharon a las minas, fueron al punto de partida y buscaron otro auto, dejaron el carruaje justo antes de que se termine el hechizo. Volvieron al bunker, terminaron de cerrar la puerta a la par que el menor de los hermanos bajaba las escaleras para empezar a prepararlos bártulos. La suerte los siguió acompañando.

No hay comentarios: