martes, 26 de agosto de 2008

cometa Halley

Noche looser de aquellas. Se habían juntado en lo de uno del grupo los amigos del colegio y otros amigos descolgados. Un par de los descolgados cayeron comiendo gelatina de naranja y vodka, en un tupper.
Resumen de la noche: se emborracharon, rebotaron en dos o tres boliches y taza-taza.
El que había empezado la noche con gelatina y otro volvían juntos. En una de las plazas de Libertador vieron que uno de los carteles de publicidad, verdes, con el marco trenzado y esa especie de ovalo en el lado superior, yacía en la vereda, inerte, tras el golpe de algún vehiculo fugitivo. Había sido una mala noche, pero tendrían un trofeo de guerra. Se precipitaron hacia él: trataban de desmenuzarlo a patadas y con las manos cuando las entrañas de la plaza vomitaron un par de policías que habían estado observando todo. “Me podés explicar que estás haciendo” le preguntó directamente al que estaba parado sobre donde iría pegado el cartel publicitario. No podía contestarle absolutamente nada que tamizara un poco la situación. “Vimos todo” fue la guarnición del segundo policía, como suponiendo que con el plato principal no hubiese sido suficiente. Trataron de recurrir al sentido común de los uniformados… que ilusos. Los jóvenes trataban de disminuir el episodio alegando que el cartel ya había sido derribado cuando ellos llegaron y que era imposible que lo tiraran a patadas pero solo recibieron un Esto lo arreglamos acá o lo arreglamos en el destacamento. Tres veces tuvo que repetir la frase quien debía servir y proteger, para que los ciudadanos entendiesen. Es que estaban volviendo de salir, y tenían menos de cuatro pesos, pero vivo cerca y busco más, porq Esto lo arreglamos acá o en el destacamento… Arreglémoslo acá, pero es que sólo tenemos Esto lo arreglamos acá o en el destacamento. Por fin los jóvenes entendieron, y le entregaron la cuantiosa cantidad que hace entendible que un policía decida ennegrecer su conciencia, de tres pesos con ochenta y cinco centavos, que fueron contados por el cabo en las narices de los muchachos.
Retírense y no quiero volver a verlos en esa plaza.

martes, 19 de agosto de 2008

en el Shopping

Llegó con el auto deduciendo, por la hora de la tarde que era, que la mayoría de las habitaciones estarían desocupadas. Las temáticas estaban todas distribuidas al rededor de una playa de estacionamiento común a todos los usuarios. “Que incomodo encontrarse con alguien acá” pensó, pero sin darle demasiado lugar a perderse en sus pensamientos y que la chica que lo acompañaba no lo sintiera poco afectuoso. Fue sin pernocte.
Consumieron el turno. Estaba pronto a subirse nuevamente al auto y no dejar sola a su ocasional acompañante cuando -hecho el paneo general del estacionamiento- distinguió el auto de Ramiro: un inconfundible Gol verde con una calcomanía de Egresados 95 cerca de la luz derecha. Tentado por el estímulo, y conociendo una manera no ortodoxa de abrir la puerta del acompañante de ese Gol verde viejo, se propuso terminar todavía mejor el día. Se metió en el auto de Ramiro sin esperar la aprobación de Valeria y le sacó el equipo de música, que era de esos que salía todo completo. Aún no sabía el desenlace de tal acción, pero en ese momento poco le importó, sólo imaginó a su amigo tratando de explicar en la mesa familiar dónde le habían robado el aparato.
Esa misma noche fue a lo de Ramiro, antes de comer, para no perder detalles de la ejecución pública, pero nada. Estuvieron un rato viendo tele y nada. Hablaron de sus respectivos días y nada. Le dijo dónde había estado esa tarde y nada. La idea de que era un chorro y que había robado el auto a otra persona comenzó a germinar en su cabeza, empezó a dudar de sus propios ojos y de esa maldita calcomanía, ¿podría haber dos autos tan similares?
Su ensimismamiento fue irrumpido por la dulce voz de Carmen, la mamá de Ramiro, que los llamaba a comer. Se veía en su cara que algo le sucedía, y ante la pregunta de su marido, ella contestó que ese día de habían robado el equipo de música del auto… el amigo casi se cae de la silla, aunque nadie lo miraba. “¿Dónde dejaste el auto mamá?” le preguntaron todos recibiendo un “En el estacionamiento del Shopping” muy de ama de casa que no va a otro lugar.
En ese momento comenzó una batalla ética en lo más profundo del amigo, entre decir o no la verdad. Él sabía dónde había estado Carmen, pero era un dato que sólo conocía él, Carmen, el acompañante que obviamente no era su marido, y a los sumo alguna amiga de ella.
Finalmente decidió entregarle el aparato a su amigo, diciendo que había encontrado el auto en el Shopping y que pensando que era él, le había sustraído el bien material. Ramiro hizo extensiva la disculpa hacia su madre quien disimuló muy bien. Nunca más se habló del tema, pero al amigo dejo de frecuentar la casa de Ramiro.

martes, 12 de agosto de 2008

tránsito ligero

Era su primer veraneo solas y el lugar elegido era el punto de la costa argentina donde los chicos usan short de equipo de la B, remera de rock nacional y gorra. Como las adultas responsables que habían sido capaces de liquidar el difícil escollo que es el colegio secundario, no las intimidaba veinte días juntas. Fueron al súper y compraron cerveza, fideos, arroz, salsas, galletitas y un poco más de cerveza.
No hay Activia que resista, por lo que la décimo día había dos que no tiraban la cadena hacía seis. Habiendo agotado las soluciones caseras, fueron a la farmacia céntrica, donde la gente se acercaba a buscar protector solar o manteca de cacao a lo sumo. Se sintieron observadas, discriminadas y muy solas dentro de ese local repleto de gente. Ante la atónita mirada de su amiga, una de ellas se fue a mirar… ojotas dejando a la otra frente a frente con la vendedora. La miró a los ojos, buscando ese código genético intrínseco de camaradería entre mujeres, y con un fino hilo de voz le comento su situación. El código femenino.doc había sido borrado hasta de la papelera de reciclaje de esta vendedora; giró 180º y le presentó la situación al farmacéutico, sin reparos. Todos, incluida su amiga, la juzgaron. “Purgante” sentenció el farmacéutico. Con la vergüenza a cuestas se dirigió a la puerta mientras su amiga se acercó sigilosa al mostrador y pidió chicles laxantes y un protector solar.
Esa misma tarde estaban en la playa cuando, victima del relax post vergüenza en dosis alta, el intestino de la primer chica se descontracturó. En la siguiente diapositiva la encontramos feliz de la vida arreglándose para salir a romper la noche. Su amiga seguía en la vereda de enfrente, esperando que su organismo de diera luz verde.
Estaban en el boliche cuando la que seguía con el problemita desapareció entre la gente, con su pollera que era poco más ancha que un cinturón y coronaba unas no muy torneadas piernas. Volvió hecha un trapo y con lágrimas en los ojos soltó un gillotínico “Me cagué…”. Ante la atónita mirada de sus amigas, se sintió interrogada y siguió “tuve que sacrificar…” no pudo terminar la oración. “Igual, la tengo en el bolsillo”. La cara de todas la obligó a irse del lugar que, como frutilla del postre, tenía una larga escalera donde chicos con Topper y jeans gastados se sentaban a ver chicas.

martes, 5 de agosto de 2008

desconectadas

Estaban tan estresadas por ese primer año de CBC que decidieron no usar reloj esas vacaciones. Tampoco era usual ver teléfonos celulares en cada bolsillo de caballero o cartera de dama. En definitiva, la idea era desconectarse. Cuando un grupo de amigos llega a una casa de veraneo, reboléa los bolsos, ve dónde hay un lugar cerca para comprar cerveza para la noche y se va a la playa. Cuando un grupo de amigas llega a una casa de veraneo, eligen las camas, deshacen las valijas y ordenan la ropa y los utensillos del baño, limpian y ordenan un poco, total queda mucho tiempo. Para ellas la casa estaba demasiado sucia, por lo que la limpiea duró mucho y las agotó, por lo tanto las vacaciones -y la dsconección- empezaban al otro día.
"¡Nos quedamos dormidas!" gritó alguna y se cantaron los turnos para el baño. Ya limpias y preparadas, con la vianda embolsada fueron a la playa. Debe haber mucha joda de noche, fue la deducción, al ver que a esa hora del día donde el sol estaba más cerca del oste que del mediodía, no había mucha gente en la playa. Como el horario de protección ya había pasado, no se preocuparon demasiado por el protector solar. Cansadas de no ver mucha gente, algunas emprendieron una caminata hacia otras playas en busca de algo o alguien que le pusiera un poco de sal a esa jornada tranquila.
Cuando volvían se dieron cuenta que el resto del grupo estaba un poco más jocoso y se escondían bajo las toallas y pareos, pues hartas de que no apareciera nadie, preguntaron la hora alguno de los gerontes reposantes y esté, como tantas otras veces, llevó luz a las suposiciones jóvenes e inmaduras; estaban en la playa hacía ya un par de horas y eran recien las 11 de la mañana.
¿Se habrán quedado?