martes, 18 de noviembre de 2008

de autos punto com barra dos

Estaban un poco borrachos, pero tampoco tanto como para ser concientes de que no estaban capacitados para manejar, además iban cerca. Dos adelante, dos atrás y la música que ocupaba la cabina. En de repente, y mientras esperaban que el semáforo de una callecita de Belgrano los habilitara a seguir su camino, el que iba de acompañante salió del auto disparado, corriendo sigilosamente hacia una esquina donde un matrimonio que seguramente vendrían de comer afuera. La pareja, ya entrada en años, charlaba apaciblemente en una veraniega noche barrial cuando el demente comenzó a gritarles a sólo 2 metros de distancia. Al viejo casi le da un sincope y la señora terminó subida al baúl de un auto estacionado. El animal volvió a su madriguera rodante y entre risas e incredulidad siguieron su camino.

Ya casi habían completado los más de mil kilómetros que separaban su cuidad de la capital de país. No fue fácil para ninguno de los dos, novios hacía un tiempo considerable pero haciendo su primer viaje juntos. Conociendo las propias limitaciones de ubicación, llevaron consigo un mapa que los acopiloteó durante toda la jornada. Faltaba poco: bajar desde la autopista por La 9 de Julio hasta Libertador, doblar a la izquierda unas 25 cuadras y ya estaban. ¿Tanto hacía que no iban a Buenos Aires? ¿La 9 de Julio era peatonal? No. El problema se llamaba Palau, y su multitudinario acto en el Obelisco; multitudinario y colapsador de ciudades. En definitiva, a sólo quince minutos de llegar se introdujeron un en laberinto urbano donde eran cada vez más las calles obstruidas. Hacía 10 minutos que no avanzaban en alguna de las avenidas cuando el mal humor ya ni se disimulaba. Ella lo miró fijo, “¿porque no nos bajamos acá, nos cagamos bien a trompadas y seguimos más relajados?” dijo ella, pronunciando cada una de las palabras con parsimonia de asesino serial. La miró incrédulo, con una sonrisa a media hasta, pero ella –impertérrita- defendía su propuesta, que en nombre de la civilización, no obtuvo los votos necesarios.

Ser repartidor no es tan malo cuando la empresa es familiar y la viene remando de hace rato. Tenés tus tiempos, la radio te acompaña, tratas directamente con los clientes y como la cantidad de cajas de ravioles para repartir había crecido considerablemente, andaba en un discreto 147 verde militar semi habilitado para estar en la calle, y menos con el baúl y asiento trasero repleto de cajas. Los negocios lo llevaron a Quilmes, donde no pudo hacerse invisible ante un control policial y lo pararon. Él y el policía sabían que no hacía falta explicarle el porque de la detención. Por suerte el oficial estaba con mucho trabajo y fue al grano “yo me voy al kiosco; el baúl del patrullero está abierto… ejem…”. Ya de vuelta, lo vuelven a parar el mismo oficial en el mismo control. Lógico, a la mujer del policía no le gustaban de verdura.

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