martes, 12 de agosto de 2008

tránsito ligero

Era su primer veraneo solas y el lugar elegido era el punto de la costa argentina donde los chicos usan short de equipo de la B, remera de rock nacional y gorra. Como las adultas responsables que habían sido capaces de liquidar el difícil escollo que es el colegio secundario, no las intimidaba veinte días juntas. Fueron al súper y compraron cerveza, fideos, arroz, salsas, galletitas y un poco más de cerveza.
No hay Activia que resista, por lo que la décimo día había dos que no tiraban la cadena hacía seis. Habiendo agotado las soluciones caseras, fueron a la farmacia céntrica, donde la gente se acercaba a buscar protector solar o manteca de cacao a lo sumo. Se sintieron observadas, discriminadas y muy solas dentro de ese local repleto de gente. Ante la atónita mirada de su amiga, una de ellas se fue a mirar… ojotas dejando a la otra frente a frente con la vendedora. La miró a los ojos, buscando ese código genético intrínseco de camaradería entre mujeres, y con un fino hilo de voz le comento su situación. El código femenino.doc había sido borrado hasta de la papelera de reciclaje de esta vendedora; giró 180º y le presentó la situación al farmacéutico, sin reparos. Todos, incluida su amiga, la juzgaron. “Purgante” sentenció el farmacéutico. Con la vergüenza a cuestas se dirigió a la puerta mientras su amiga se acercó sigilosa al mostrador y pidió chicles laxantes y un protector solar.
Esa misma tarde estaban en la playa cuando, victima del relax post vergüenza en dosis alta, el intestino de la primer chica se descontracturó. En la siguiente diapositiva la encontramos feliz de la vida arreglándose para salir a romper la noche. Su amiga seguía en la vereda de enfrente, esperando que su organismo de diera luz verde.
Estaban en el boliche cuando la que seguía con el problemita desapareció entre la gente, con su pollera que era poco más ancha que un cinturón y coronaba unas no muy torneadas piernas. Volvió hecha un trapo y con lágrimas en los ojos soltó un gillotínico “Me cagué…”. Ante la atónita mirada de sus amigas, se sintió interrogada y siguió “tuve que sacrificar…” no pudo terminar la oración. “Igual, la tengo en el bolsillo”. La cara de todas la obligó a irse del lugar que, como frutilla del postre, tenía una larga escalera donde chicos con Topper y jeans gastados se sentaban a ver chicas.

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