martes, 3 de marzo de 2009

sos igual

No era el tiempo de los floggers, emos y la palabra tribu sólo aparecía en libros de cuentos. El paco era sólo una forma de decirle a los Franciscos y lo más parecido a un celular eran los Walkie-talkies (uoquitoquis). Un chico de once años que se había rateado podía estar tranquilo en las calles, sin pensar en secuestros, afanos a destajo, motochorros o cualquier otra hierba a la que ya nos hemos acostumbrado.
Se había fugado del colegio, y para que no lo reconociera nadie, se fue en tren -colado, obviamente- a un par de estaciones de distancia, donde vagó por la zona impunemente durante varias horas. El plan era simple, porque la vida era más simple, se colaría nuevamente en el tren (en esa época gastar en un boleto de tren era algo tan irrisorio como comprar agua mineral en bidones de 20) y retomaría la ruta Colegio-Casa a sólo tres cuadras del destino final, para evitar que lo vea alguna maestra.
Miraba perdidamente el paisaje bonaerense cuando sintió una mirada clavada en su ser, y era ni más ni menos que del guarda, que tenía menos códigos que Abreu (link explicativo: http://www.taringa.net/posts/deportes/1981094/Abreu-se-fue-de-River.html ). Le pidió el boleto que ambos sabían que él no tenía, y lo bajó en la estación siguiente, para llevarlo ante alguien que iba a saber que hacer.
Estaba frente a ese enorme guarda-jefe que empezó el interrogatorio. “¿Porqué no pagaste el boleto pibe?”, empezó. “Porque no tengo plata”, se sinceró la creatura. “Sabés que eso es cómo robar, ¿no?,¿Qué va a decir tu padre cuando le contemos?” “Mi papá falleció hace 5 años” (1 a 0 ganaba el pibe). “Decime, a ver; ¿tu mamá de que trabaja?” trató de borrar la angustia del aire. “Es maestra” (2 a 0). “Está bien pibe, andá a tu casa” dijo salomónico el Guarda-jefe. “Pero no tengo plata para el boleto” ingenuo, comentó el chico. “El guarda lo miró con ternura, se vio a el mismo reflejado en el espejo del pasado; esbozó una sonrisa y tiró un cambalachero “colate pibe”.
Sorteado el escollo volvió al plan inicial, y a una parada de su estación, vio que su madre se subía al vagón… paró su corazón con los dientes, y simuló la más pesada tranquilidad, mirando por la ventana. Las madres no eran tan pedagógicas como las de ahora, por eso se acercó como para arrancarle la cabeza de un cachetazo, porque era obvio que no debía estar ahí, sin importar lo que el tuviese para decir. Pensó que no la había visto, “¿Me querés decir que carajo estás haciendo acá? le dijo, con una tormenta en la mirada. El niño la miró y pausadamente soltó un “disculpe señora, me parece que me confunde…” y dio vuelta la cabeza. Si bien ella quería soltar una carcajada por la rapidez mental de su hijo, no pudo más que hundirle la nuca contra la cara, de un cachetazo y dejarlo en penitencia varios días.

3 comentarios:

malena dijo...

Genial relato, sobre todo esa entrada, entre nostálgica y graciosa, tragicómica, y tan real.
Pude imaginarme cada situación, bien narrado Roland.

Anónimo dijo...

El mejor episodio que he leído: Brillante!!!

Roland Garrón dijo...

No es falsa humildad, pero la materia prima era excelente. Espero que sea un piso.