martes, 2 de diciembre de 2008

ni Sabina, Los Rolling o Madonna

En la charla informativa les habían contado que las vacantes solían agotarse en una mañana, porque la gente hacía cola desde la noche anterior. Lo grabó a fuego en su memoria, para no descuidar ese pequeño detalle, ya que no tenía ganas de esperar hasta el año siguiente para comenzar a cursar su cuarta carrera (¿es necesario aclarar que el no era la clase de persona que espera a terminar una carrera para empezar otra?) luego de tres intentos truncos. Había sido un lindo Domingo de noviembre, cálido pero no caluroso; la celebración semanal de Macaya Márquez iría por la mitad cuando su novia le sugirió “ver que onda la fila mientras vamos de casa a la tuya”, una iluminada: ya había media cuadra de cola y ni siquiera era lunes.
Llegaron al depto de él y prepararon los documentos necesarios para la inscripción, comieron algo y empezaron a tratar de anteponerse a los imponderables de una noche bajo las estrellas (las pocas que se ven desde el suelo de la Capital Federal, digo Ciudad Autónoma de Buenos Aires). Así 12 horas antes de las 2 de la tarde llegaron para hacer la fila, que ya alcanzaba las tres cuartas partes de la cuadra. Tan sólo un humilde almohadoncito separaba las nalgas de ambos de la vereda, pero estaban en la entrada de un edificio con luz, y así ella pudo resumir algunos capítulos de un libro para la facultad. Bancó a su novio hasta las 5, pero al otro día la esperaban su trabajo, su facultad y su abuela casi desmemoriada que estaba pasando algunos días en su casa; en tres palabras: un día largo. Pues se quedó sólo a esa hora, y ni intentó entablar conversación con los pendex de adelante, muy jóvenes para su gusto o con el malhumorado de atrás, demasiado malhumorado para su gusto. Puso los almohadones uno delante del otro, apoyó la cabeza sobre su buzo que forraba el escalón de la entrada al edificio y allí pernoctó, con la música que el tachero, que hacía de “colero” para su hija que venía de la playa, de fondo. No durmió, se desmayó y resucitó la mañana siguiente, tipo 6. En ese momento la fila doblaba la esquina y la otra también, ir había sido una buena idea.
Tubo que extender su monosilábico diálogo con sus cofrades de fila para pedir que le cuiden el lugar, cuando fue a sacar unas fotocopias.
A las 9 abrieron y repartieron números ordenadamente. “Obvio que esta noche le juego al 72 a la cabeza”, pensó cuando vio orgulloso que estaba dentro de los 400. Ciento veinte minutos después, a punto de estar tet a tet con la señora que tomaba las inscripciones, que al verlo no pudo más que sonreír al ver los almohadones, la matera y las ojeras, que a esa altura parecían balcones. “¿Larga la noche?... tranquilo, ya te falta poco” comenzó a decir casi de memoria la administrativa cuando su rostro mutó e imprimió un “bueno, en realidad se te va a hacer un poco más largo” que cayó como el resumen de la tarjeta de crédito sobrecargada un día antes de irte de vacaciones… Casi en todo lastimoso le preguntó sobre el problema. Faltaba una legalización que se hace cerca de Plaza de Mayo (a 4 estaciones de subte); en el único momento que no putió fueron los cinco minutos que una gorda tardó en poner el sello que lo habilitaba. Por supuesto no volvió a hacer la cola, y nadie intentó detenerlo. Nuevamente estabas allí, frente a la administrativa, que evidentemente se percató de lo bajo del golpe que le había asestado veinte minutos antes y se había ofrecido a cuidarlo los ahora insólitos almohadones.
Salió inscripto, ya estaba todo en orden. Se subió a un colectivo y así como estaba se fue a trabajar, con una duradera sonrisa de satisfacción.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Excelente relato. lo único que suerna raro es que se fue a "trabajar"... eso es para ponerlo en duda. Pero bueno, la pelotas "anti-stress" dirán lo suyo cuando aprendan a comunicarse.
Abrazo grande desde el país del norte querido!

conedulcorante dijo...

TEA?