viernes, 30 de mayo de 2008

hasta la tumba

Estudiaban tan lejos del nido que cuando volvían una armonía cómplice, melancólica y memoriosa reinaba era la diva de las sobremesas. En determinado momento y mientras construían una lista con las manías de su madre, el ítem de “Cerraba todas las persianas a la hora de la siesta” se vio desbordada por la risa violenta, atragantada como un secreto. Pensando que su hijo se reía de antemano por la explicación que ella quería dar sobre el porque de la manía, lo miró cariñosamente y cuando todos en la mesa esperaban que el silencio fuese el telón del discurso de la que ocupada la cabecera, un testimonio apócrifo irrumpió el comedor.
Todos en la familia sabían que su madre cerraba las persianas por seguridad, ya que la soledad de las calles en las siestas del interior es cómplice ideal de fechorías circunstanciales.
Estando frente al portón se percató que no había llevado las consigo, pero pareció no preocuparle demasiado; conocía el modus operandi para esa situación: presionando con determinada fuerza en los lugares indicados, la ventana doble-hoja del cuarto de su hermana –que daba a la calle- se abría. Procedió.
Algo no andaba bien, ya que la traba de abajo no cedía, mientras que al liberada la superior, la ventana hacía un cada vez más violento, movimiento pendular. En el momento en que se debaten la idea de parar o la de realizar esa acción con más énfasis (siendo generalmente la primera de estas el mejor camino), su mano traspasó el vidrio. Sudor frío en la espalda, ese que nos concientaza del peligro al acecho. No miedo a su corte en la mano, sino al castigo desmedido de su madre. No tenía mucho tiempo, por lo que actuó antes de pensar. Tomó una piedra del jardín, abrió la ventana y tiró la piedra debajo de la cama de su hermana simulando un atentado (no es un dato menor destacar que durante años ella tuvo miedo de que su cuarto de a la vereda) y huyó a lo de algún amigo. Esa noche firmó un acuerdo tácito con su conciencia, que sólo de rompió cuando el tiempo había transformado la fechoría en anécdota.

2 comentarios:

malena dijo...

Parece un cuento de Elsa Bornermann

Ninguno en particular, sino el estilo, el título

Bien relatado, saludos!

conedulcorante dijo...

me gustó mucho este