jueves, 3 de abril de 2008

volviendo a las raices (parte III)

Febo asoma, ya sus rayos iluminan el inhóspito campamento…nadie había pegado un ojo en toda la noche; la gran idea de convivir con la naturaleza caía presa del hambre y el mal humor generalizado. Se repartieron las últimas galletitas y unos caminaron río arriba, otros río abajo y el más escéptico se quedó acostado. Su egoísmo no lo dejaba ver que el hecho de quedarse ahí significaba una caña menos en el río tratando de pescar algo (o por lo menos –y a esa altura ya se conformaban con poco- serviría para que alguien más se entretuviera) por lo que se la robaron.
Volvieron todos al bunker a media mañana: los de río abajo traían dos truchas; los de río arriba traían una sola, además de una caña rota…
Mientras uno de los jóvenes hacía gala de sus dos años en la escuela del Gato Dumas, se escuchaba un rosario de improperios y un tratado sobre la violación a la propiedad privada, que resultó un espectáculo pintoresco como antesala del esperado almuerzo.
El chef, orgulloso, presentó su obra con un preámbulo de condimentos encontrados furtivamente que no encontró receptor alguno. Eran ocho adultos, y los tres peces no se habían multiplicado… DESAPARECIERON, se abalanzaron sobre ellos como beduinos a una cantimplora, y aunque tenían un rico sabor a romero silvestre en sus fauces, sus estómagos exigían más alimento.
Los que habían ido río arriba, se percataron que el lugar donde habían pescado era justamente en la explanada donde se encontraba el viejo árbol. Leña, peces… esa área parecía una porción del paraíso, que no dejaba de brindarles bienes y allí fueron nuevamente a ver que podían encontrar.
Dicho y hecho, comiendo unos ínfimos brotes a la sombra del gran árbol, divisaron una oveja con una cría. Mente superior domina mente inferior y allí mismo uno tomo una roca considerable y el otro un palo con pretensiones de garrote y se dispusieron a acorralar a los animales contra la barranca, para asesinarlos y comerlos. La oveja miraba, serena y ellos que se habían separado se acercaban sedientos de sangre. Cuando se encontraba a escasos diez metros los animales comenzaron un leve trotecillo a lo largo de la explanada rocosa como quien corre por el prado verde, y así como así, se pararon a cincuenta metros de los jóvenes. Testarudos por el hambre volvieron a intentarlo, y esta vez el ovino volvió por sobre sus pasos, para detenerse al pie de la barranca. Los miro, los estudió y decidió darles una lección: cuando se hubieron acercado por tercera vez, dio un salto de gacela y desapareció entre los matorrales llevándose consigo no solo su cría sino también la dignidad de ambos “cazadores”.
Volvieron al campamento y no dijeron una sola palabra cuando alguien propuso irse esa misma tarde, un día antes de lo pensado.

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