martes, 11 de marzo de 2008

volviendo a las raices (parte I)

¿Qué tan complicado puede ser organizar un campamento?... Un destino, una Traffic, unas carpas, asado para la primera noche y una gran variedad de latas. Todo lo restante lo obtendrían de la Madre Naturaleza; más bien tratarían se sustraérselo con cañas de pescar.
Todos hombres, que buscaban encontrarse con sus antepasados -cazadores o recolectores- nómades.
El fluido caminar del agua, gélida, que va y va; desde los inmaculados picos cordilleranos penetrando el continente hasta llegar a su destino interminable; pinta a diestra y siniestra paisajes dignos de ser admirados. Un bosquecillo de arrayanes y sauces precedía los cuantiosos metros de playa pedregosa que se hundía -inerte- en las entrañas del Limay. Acompañados por el refulgente sol del atardecer se abocaron a los preparativos de la comida de bienvenida a este universo paralelo con fecha de vencimiento 3 noches y dos días después.
El único rastro de cultura eran una ínfimas parrillitas en forma de U que no llegaban más alto que las rodillas. La carne estaba sobre las brasas, las carpas bajo un frondoso sauce, la guitarra acompañaba una voz melodiosa y en el cielo habían más estrellas que gotas en el mar.
Era un grupo irregular, encabezado por el padre de varios de los chicos, que al irse a dormir inauguró el happy hour de vino barato comprado a la velocidad de la luz, para que el susodicho no se percatara de nada. El fogón, la guitarra y el vino en una noche cálida fueron condimentos suficientes para que la charla durara varias horas.
A las 6 de la mañana no había gallo ni patrón que pudiera despertarlos, pero las ganas de pescar había penetrado tanto en sus voluntades que casi tocaba la culpa, y se prepararon para una jornada con la naturaleza.
Siendo febrero, los peces estaban de vacaciones o tan satisfechos que no se dignaron a morder el artificial alimento que este grupo les ofrecía. Ya siendo las 12 hubo que pensar un plan B para los supuestos peces asados que tenían en mente, y la humilde garrafa que debiera calentaba más que un volcán, nunca pudo hervir el agua, y los fideos, pelados, se quedaron varios metros antes de estar al dente. Mal humor general y siesta.
Sabiendo que los peces generalmente pican a la tarde, dedicaron su tiempo al truco y a explorar el lugar. Volaron las galletitas a la hora del té, y en ese momento se instaló en el inconciente colectivo que la comida no alcanzaría, a no ser que pescaran algo…

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