Cuatro Ingenieros en Informática de vacaciones. Sólo uno de ellos con un poco de calle. Cuando digo “Ingenieros en Informática” me refiero a alguien que tal vez aparezca vestido con una camisa escocesa con el anteúltimo botón abrochado, metida adentro de una bermuda que no llega a las rodillas –con cinturón-, medias blancas de toalla hasta la mitad de la canilla y zapatillas náuticas.
En una típica noche norteña deambulaban por el pueblecito al que habían arribado esa tarde, estaban chequeando el ambiente. Desde lo más profundo de su ser, como un recuerdo de sus antepasados primitivos, uno de ellos no pudo reprimir la neanderthalísima necesidad de acercarse a alguna hembra, pero contando con muy pocas herramientas para lograrlo. Se aventuró, desde el otro lado de la calle principal, a levantar su brazo moviendo la mano de este a oeste, a dos chicas que pasaban. Nunca hubiese imaginado una respuesta, y si ante esta, ya se sentía Roberto Galán, imaginen el abrupto crecimiento de su ego cuando los invitaron a cruzar. El asunto es que ya se había quedado sin ideas, ahora no tenía más salida que ser el mismo...
Que hola viene, hola va. Cruce de besos, todos amigos, y de dónde son, mirá vos que lejos, que no podemos no ir a ese lugar, que paren un taxi. ¡Vamos! Increíble: habían llegado esa tarde y ya dos chuchis los estaban invitando a un bar; ya tenían algo para contarle a sus nietos. Ellas eran dos, ellos cuatro, así que o eran fiesteras o dos sobraban. Dos sobraban. El líder del grupo se compadeció y decidió no tomar cartas en el asunto, ya que quería descansar o eso dijo. Un cóctel de mucha gracia, algo de pudor y unas gotas de sospecha le vino a la mente cuando giró y vio que dos de los chicos estaban “comiéndose” a sus nuevas amigas. El tercero miraba su cerveza totalmente cabizbajo. Viéndolos tan entusiasmados y ante la retirada que hubo emprendido el tercero, se fue a otro bolichito.
Llegó a la peña y casi en seguida cruzó miradas con una lugareña. Se acercó y la invitó a tomar algo. “Algo” podríamos definirlo como una caja de vino tinto no muy fino, que era la especialidad de la casa o lo único que vendían. Lo positivo es que sólo había que decidir entre tomarlo o dejarlo. La mayoría de equivocaba. Hablaron, y con el vino repiqueteando en sus sienes, trató de emular a Boequer y le soltó un “... y, ¿cómo besan las tucumanas?”
Dejó de escuchar la música, desapareció toda la gente, no sabía dónde estaba, lo único que sus sentidos captaban era la cara atónita de ella como diciendo “Noooooooo flaco, nooooooooo” y el totalmente ruborizado pidiéndole explicaciones al cerebro, para saber exactamente qué parte de su ser era responsable de lo que acababa de suceder, pero las respuestas no llegaban. Y antes de poder embarrarla más, ella, con su maternal lástima, le dio un mínimo resumen de los besos que podría haberle regalado y se fue.
Cuando llegó a la casa, se sorprendió de no encontrar a sus amigos allí.
Continuará...
En una típica noche norteña deambulaban por el pueblecito al que habían arribado esa tarde, estaban chequeando el ambiente. Desde lo más profundo de su ser, como un recuerdo de sus antepasados primitivos, uno de ellos no pudo reprimir la neanderthalísima necesidad de acercarse a alguna hembra, pero contando con muy pocas herramientas para lograrlo. Se aventuró, desde el otro lado de la calle principal, a levantar su brazo moviendo la mano de este a oeste, a dos chicas que pasaban. Nunca hubiese imaginado una respuesta, y si ante esta, ya se sentía Roberto Galán, imaginen el abrupto crecimiento de su ego cuando los invitaron a cruzar. El asunto es que ya se había quedado sin ideas, ahora no tenía más salida que ser el mismo...
Que hola viene, hola va. Cruce de besos, todos amigos, y de dónde son, mirá vos que lejos, que no podemos no ir a ese lugar, que paren un taxi. ¡Vamos! Increíble: habían llegado esa tarde y ya dos chuchis los estaban invitando a un bar; ya tenían algo para contarle a sus nietos. Ellas eran dos, ellos cuatro, así que o eran fiesteras o dos sobraban. Dos sobraban. El líder del grupo se compadeció y decidió no tomar cartas en el asunto, ya que quería descansar o eso dijo. Un cóctel de mucha gracia, algo de pudor y unas gotas de sospecha le vino a la mente cuando giró y vio que dos de los chicos estaban “comiéndose” a sus nuevas amigas. El tercero miraba su cerveza totalmente cabizbajo. Viéndolos tan entusiasmados y ante la retirada que hubo emprendido el tercero, se fue a otro bolichito.
Llegó a la peña y casi en seguida cruzó miradas con una lugareña. Se acercó y la invitó a tomar algo. “Algo” podríamos definirlo como una caja de vino tinto no muy fino, que era la especialidad de la casa o lo único que vendían. Lo positivo es que sólo había que decidir entre tomarlo o dejarlo. La mayoría de equivocaba. Hablaron, y con el vino repiqueteando en sus sienes, trató de emular a Boequer y le soltó un “... y, ¿cómo besan las tucumanas?”
Dejó de escuchar la música, desapareció toda la gente, no sabía dónde estaba, lo único que sus sentidos captaban era la cara atónita de ella como diciendo “Noooooooo flaco, nooooooooo” y el totalmente ruborizado pidiéndole explicaciones al cerebro, para saber exactamente qué parte de su ser era responsable de lo que acababa de suceder, pero las respuestas no llegaban. Y antes de poder embarrarla más, ella, con su maternal lástima, le dio un mínimo resumen de los besos que podría haberle regalado y se fue.
Cuando llegó a la casa, se sorprendió de no encontrar a sus amigos allí.
Continuará...
3 comentarios:
"¿Y cómo besan las tucumanas?"
Jajaja.
My God.
Muy buen relato Rolan, muy bien narrado.
Este entonces continúa, esperaré las andanzas por ¿Jujuy tal vez? Les recomiendo a los ingenieros el vino de la casa de Arte y Té en Purmamarca.
No es que sea una ciencia, pero todo el mundo debería saber que hay cosa sque no se pueden decir, que son auto-atentados, que que en definitiva le haces el camino menos llano a la otra persona, si es que queres conquistarla.
En fin, hay sorpresas en la segunda parte.
Yo, que no soy ingeniero, y seguramente ellos también agradecemos la recomendación.
Jajaja, pero mirá vos que incógnita más ocurrente!
Y dicen mis allegados del sexo opuesto, que en la zona del Abasto besan y besan mucho.
Me gustó la analogía con la frutilla de mi post.
Un lindo blog para volver este.
Besos!
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